Capítulo 6
Lizzie
La aprieto contra mí tanto como puedo, yo… Simplemente no puedo aceptar a nuestro padre. No puedo aceptar que los trate a ellos como hijos, mientras a mí… A nosotras, siempre nos mantuvo aisladas.
Intento, con todas mis fuerzas, dejar de llorar. Porque, no vinimos acá para estar mal… Se supone que vinimos a mejorar las cosas. Me aparto Mii y le paso mis manos por sus mejillas, para secarle las lágrimas. Si hay alguien a quien no quiero ver llorar… es a ella.
—Siempre me decís “¡No seas maricona!”. Ahora hacete caso, naba. —Modulo mi tono de voz, para, por lo menos, disimular un poco. Ella asiente con la cabeza, sin decir nada. Y, a pesar de que me duele, me levanto. La tomo de las manos fuertemente y la ayudo a levantarse también. —A ver, a ver~ —Y comienzo a caminar por la gran sala, intentando hacer, con poco éxito, como si nada hubiese pasado. —Debería haber alguna puerta por acá, ¿No? —Y, fingiendo una sonrisa, volteo mi cabeza a la izquierda para poder mirarla, sólo para ver que sigue cabizbaja. Es una tonta. —A ver, ¿Quién carajo tuvo la idea del café?
Me doy vuelta para poder encararla y, soltando su mano, pongo las mías en mi cintura, como siempre hago en mis interrogatorios.
—Y—Yo.
Lo dice con voz tranquila y submisiva, sin levantar la cabeza. Ya voy a hacer yo que me mire.
— ¿Y quién me hizo venir hasta acá?
—Yo.
— ¿Y a quién amo más que a nadie?
En respuesta a mi voz presumida y mi sonrisa maliciosa, ella levanta su rostro, sorprendida. Viniendo de ella, probablemente se esperaba una cagada a pedos de mi parte. Qué concepto tenés de mí, hermanita.
—A mí.
Finalmente sonríe, con esa sonrisita torpe tan suya, y su carita llena de rubor. Tonta. Le revuelvo los cabellos y vuelvo a mirar hacia el frente, con el miedo de estar un poquito roja también. Me aclaro la garganta, lista para otra de mis exclamaciones.
—En ese caso, deberíamos seguir adelante, querida mía. —Me hago la elegante al ofrecerle otra vez mi mano, y ella la toma con su ternura característica. — ¡Allá vamos~!
Al llegar al extremo del salón circular, nos encontramos con otra puerta. La cual, por supuesto, pateo sin ningún escrúpulo, al grito de “¡No hagas eso, Hermana!” de Mii-chan. Al pasar, veo una habitación casi vacía, a excepción de una pila de mesas y sillas acumulada al costado derecho, al lado de un arco que hace de puerta a otra habitación.
—Hm… ¿La cocina, supongo?
Dice tímidamente. Pero sí, me lo puedo imaginar… Si pusiésemos un poco de equipamiento por acá y por allá… puede ser.
—El horno iría allá. Por acá la heladera, y tenemos que hacer un poco de espacio para encimeras y armarios… —Me detengo en cuanto me doy cuenta de que Mii-chan me mira sonriendo, divertida por la forma en la que voy parándome en cada lugar donde irían las cosas. —Contá el chiste, así me río también.
Pero, al escuchar mi tono, imitando al reto de las profesoras, se ríe todavía más. Si será posible…
—Estaba pensando, que parecés estar muy entretenida con todo. Creí que no te gustaba el plan.
Ah, mierda. No, para nada. Yo estoy acá en contra de mi voluntad. Sí, eso mismo. A mí no me van las cosas lindas, ni los cafés, y ni hablemos de trabajar.
—Para nada.
—Tu sonrisa dice otra cosa.
Y, esta vez, pone cara de “No intentes esconderlo, te conozco”.
—Lo digo en serio. Este es TU plan. No me metas.
E, intentando conservar mi orgullo, le doy la espalda y paso a grandes zancadas a la siguiente habitación, un pequeño espacio lleno de casilleros. El lugar para cambiarse, supongo yo. No está muy limpio que digamos, pero ninguno de las habitaciones lo está. Eso es algo por lo que empezar. Y con lo poco que me gusta limpiar y ordenar…
—Ah, mirá… ya está todo.
—Ajá, todo muy bonito, pero... ¿Y ahora qué, Hermanita?