Un Viaje sin Olvido (1982)
Historia de Alexander
-Madre
¿A qué hora sale el barco?- Preguntó impaciente. Era la primera vez que se iban
del continente. A él le gustaba este lugar ¿Por qué irse? Tal vez era el único,
mucha gente se marchaba como ellos tres.
No lo convencía, además, la idea de partir en la noche.
Para
la clase baja los trolebuses de carga era lo más accesible, obviamente era
ilegal y se iban del país sin reglamentación o permiso del estado. Tenía que
ser rápido, en la noche y con poca cantidad de personas.
-Alexander,
toma mi mano y no la sueltes. No quiero que te pierdas entre tanta gente- Dijo
su madre algo asustada.
Era
peligroso todos lo sabían.
-Amor,
apurémonos si no subimos ahora tendremos que esperar dos meses hasta el próximo
trolebús- Exclamó agitado su padre.
Los
tres tomaron fuertemente la mano del otro y corrieron con todas sus fuerzas.
Chocando a todos lograron entrar. Una vez arriba los acomodaron en un camarote
y ahí se asentaron.
-Es
muy grande- Dijo Carol arrojándose en la única cama de dos plazas.
-Sí,
más grande que nuestra antigua casa- Comentó Edward.
El
niño se trepó a una litera y se tuvo del lado de la pared donde justo había una
pequeña clara bolla. Desde ahí veía a la multitud intentando entrar en el
barco, que perecía ya estar lleno porque nadie podía entrar ya.
-¿Alex,
te sientes bien?- Sintió la voz de su madre. Volteó.
-Sí,
solo estoy algo agotado madre- Contestó con una voz apagada, mucho más triste
que siempre. No era su culpa realmente se sentía cansado, pero no por el viaje
o porque realmente ese día se había hecho mucho, sino porque era de cansarse
porque sí, nunca le hallaba razón al estar tan cansado todo el tiempo. Se
sentía pesado, adormilado, como sí no hubiera dormido por semanas. Cuando solía
dormir más de lo común.
-Ven
Alex, dormí conmigo- La voz de su madre lo hacía sonreír, sobre todo cuando era
tan dulce.
Bajó
lo más rápido que pudo y se tiró junto a sus padres en la cama. Carol comenzó a
acariciarlo, rápidamente se durmió.
Eran
las doce del mediodía cuando Alex despertó. Sus padres seguían junto a él,
estaban mareados. Se levantó avisando que se iba al comedor.
Caminó
hasta salir de esa especie de laberinto blanco que le daba escalofríos. Llego
al comedor donde todos lo miraron al entrar, no tenía miedo estaba
acostumbrado.
-Hola
¿Puedo retirar mi almuerzo o tienen que estar mis padres?- Dijo serio. No le
agradaba estar con ese tipo de carácter todo el tiempo, pero cómo se suponía
que le hablara a un hombre que no conocía. Sin mencionar que era un jovencito.
-No-
Exclamó extendiendo un gran cucharon lleno puré.
Tiró
el mismo sobre un plato, sirvió pescado y lo colocó en la bandeja que llevaba Alex.
El niño se sentó en una mesa solitaria y comió sin decir palabra.
Las
horas que transcurrían en el barco eran pesadas, aburridas. Él había encontrado
una buena forma de distraerse, pero de mucho no servía tirar cosas al mar.
-¿Qué
haces, nene?- Al escuchar esa voz tan profunda se volteó.
-Pasó
el tiempo- Dijo mirando al hombre a los ojos.
-¿De
dónde sacaste todo eso? ¿Lo robaste no?- Lo acusó muy enojado.
-No
robe nada lo gane- Dijo Alex.
Por
supuesto Alex decía la verdad, jamás robaría nada qué razones tenía. Ganó todo
sin trampas, nadie sabía jugar al ajedrez.
-Pendejo,
mentiroso. Quiero que me des ya los aros que le sacaste a mí esposa- El hombre
lo sujetó y levantó.
-¿Señor,
me va a pegar?- Preguntó inocente.
-Sos
un idiota, pendejo. Te dije que me dieras los aros- Dijo casi gritando.
-No
puedo las tire- Mintió, justo esos aros se los guardo para su madre.
-¿Así
y si te tiro?- Amenazó. Lo paso por la baranda, dejándolo colgar con caída directa
al agua.
-Puede
hacer lo que quiera- Exclamó con una sonrisa sería.
-Ah
sos vivo, bueno te tiro total parece que tus papas se olvidaron de voz- Y lo
soltó. Lo miró hasta que entro en el agua pegó una carcajada diabólica y se
volteó a un riendo descostillado.
Abrió
los ojos y lo vio parado mirándolo con la misma cara inexpresiva que usaba. El
hombre se quedó paralizado no podía entender lo que sucedió, no sabía cómo él había
llegado ahí.
-Me
mojo todo, señor. Además yo no hice nada malo- La tristeza que se reflejaba en
su voz daba un poco de miedo.
-¿Cómo?-
Preguntó atónito el hombre.
-No
me va a creer- Dijo y se fue. No le servía de nada pelear con alguien así.
No
volvió a salir del camarote sin sus padres.
Cuando
tocaron tierra se hospedaron en un conventillo, al muy común de esa época. Su habitación
era muy chica, pero se habían acostumbrado.
-Madre,
tengo un regalo para voz- Dijo sentado sobre la cama.
-¿Sí
mí amor?- Preguntó sentándose junto a él.
-Tengo
un regalo para voz- Y le entregó los aros-Se los gane a una señora en un partió
de ajedrez-
Ella
sin preguntar nada lo abrazó en señal de agradecimiento.
"La cruda realidad" otra historia de mi bello Alex.
Te amo!!
Perdón por publicarlo tan tarde
Mio
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